Elliott F. Santiago Concepción, PhD., MBA.
Llega el momento en donde las preocupaciones o situaciones del diario vivir que algún tiempo nos han estado molestando o al menos incomodando obligan a buscar respuestas o una explicación que nos haga sentido o que apacigüe el malestar de manera temporal. En muchas ocasiones permitimos que los problemas cobren fuerza al punto de tornarse insoportables. Es ahí, cuando comenzamos a notar que algo no anda bien o que algo se salió de nuestras manos. Con esto no me refiero a que carecemos de la capacidad para manejar los conflictos que nos impone la vida, sino a que en ocasiones los recursos intelectuales, emocionales, sociales entre otros, no son suficientes para ayudarnos a enfrentar los conflictos en ciertos momentos de la vida. Entonces comenzamos a sentir cierta ausencia de control y empezamos a dudar, y a pensar 2 o 3 veces lo que antes nos tomaba segundos.
En ocasiones, dicha sensación no es suficiente para decidirnos a buscar ayuda y es cuando comenzamos a dar tropiezos y a justificar cualquier acto fallido con respuestas que solamente sirven para quien las ofrece. Si…es que a veces pensamos que podemos ocultar nuestro cambios de conducta y emociones y de seguro lo que nos está ocurriendo se convierte en el “bill board” que todo el mundo puede ver o al menos notar y sugerir de que algo no anda bien. En el deseo más profundo no queremos que noten nuestros problemas, pero ¿qué ocurre cuando no podemos controlar o tapar lo que es obvio? Que hacemos para evitar que pregunten ¿qué te pasa?. Como evadimos y evitamos hasta a aquellos que se preocupan por nosotros? Ciertamente es complicado y resulta en principio drenante el tener que disimular y mantener una máscara convincente y que desvíe la atención. No obstante, llega el momento en que el cansancio y el estado de ánimo van desmantelando la puesta en escena, develando la triste realidad del trauma o conflicto.
El proceso de buscar ayuda en muchas ocasiones puede tornase uno amenazante por las implicaciones emocionales que desencadenan el trabajar con los conflictos y emociones. Es por ello que en muchas ocasiones decidimos darle largas a lo que nos afecta sin considerar cual será la consecuencia a corto, mediano y largo plazo. Como respuesta, volvemos a recurrir a aquellos recursos que ya han mostrado ser infructuosos, pero insistimos en mostrar resistencia por la incertidumbre o el temor que conlleva trabajar con nuestros laberintos emocionales. Ciertamente, la resistencia puede ser tan poderosa como destructiva y todo depende en función de qué la estemos implementando. En momentos de adversidad económica, social y en muchos momentos de crisis podríamos decir que la resistencia de paso a la supervivencia e inclusive al progreso, pero cuando la resistencia es mediada por la conducta evasiva y de negación, entonces es limitante y puede ser dañina en todo el sentido de la palabra.
La verdad es que mientras nos debatimos entre la incertidumbre y la angustia, pasamos por alto aquellos recursos de ayuda que muy bien podrían representar alternativas inmediatas a la crisis. Entre los recursos que muchas veces rechazamos se encuentra el familiar que nota cambios en la conducta habitual, el vecino que observa un encierro y distanciamiento poco usual, o simplemente, las amistades que extrañan y notan una ausencia preocupante. En muchas ocasiones, contamos con el conocimiento de donde ir a buscar ayuda, pero no estamos dispuestos a tocar la puerta o al menos de levantar el teléfono para sacar una cita con profesional de ayuda.
Es importante destacar que mientras nos decidimos a tomar cierto control sobre nuestras vidas, el conflicto que nos afecta tiene la posibilidad de desencadenar otras situaciones que pueden dificultar el bienestar deseado. Por lo tanto, las situaciones que nos aquejan van debilitando de manera sigilosa tanto el nivel de pensamiento, nivel conducta y de actividad física hasta el punto de doblegar inclusive nuestro espíritu. De momento, la debilidad emocional despierta la necesidad de ayuda y es cuando se contempla la posibilidad de retomar el camino perdido.
De momento nos vemos acariciando la posibilidad de volver a ser quien éramos, de estar en control, de poder pensar de manera distinta y de salir de ese lugar que nos ahoga. Ese sentido de urgencia, puede generar la fuerza de voluntad necesaria para re-encontrarnos y debatirnos en lo que en principio se creía inalcanzable. Es ahí cuando nos percatamos que más allá de tomar la decisión de buscar ayuda, se encuentra un convencimiento de necesitar una mano que nos brinde dirección y ayude a caminar por ese camino jamás transitado. Sin duda, una cosa nos puede llevar a la otra, pero cuando aceptamos buscar ayuda, entonces ya no hay vuelta atrás y es cuando realizamos la tan importante llamada para lo que pudiera ser la antesala a la recuperación.
En nuestra próxima edición continuaremos elaborando este y otros temas que sin duda, serán herramientas prácticas y útiles para todo aquel que se adentre en el mundo emocionante de la conducta humana.